Curioso el caso de esta señora. Desde luego no es el primero y sospecho que tampoco será el último. Parece ser que la llamada experiencia mística tiene más que ver con la química del cuerpo de lo que nosotros pensamos.

La curiosa paradoja es que mucha gente “religiosa” que ha dedicado toda su vida a “Dios” a través de esfuerzos sobrehumanos no se “coma una rosca” y de pronto aparezca alguien que, sin comerlo ni beberlo, se encuentre de golpe las puertas del cielo abiertas de par en par, con una experiencia de unidad que para sí quisieran muchos. Lo mismo es válido para los meditadores a destajo, esforzados trabajadores del Nirvana.

Para mi la lectura que tiene este caso es que el esfuerzo personal no juega ningún papel en este campo tan desconocido. Lo que es evidente es que ciertas sustancias químicas se han venido utilizando desde tiempos inmemoriales a nivel tribal o bien individual para conseguir estados alterados de conciencia que algunos identifican con la experiencia mística. Me refiero a la mescalina, al famoso LSD de la década hippy, al cannabis, las anfetaminas, los hongos, o incluso, ¿porqué no?, la cafeína o el etanol, etc, etc.

No quiero decir que sea necesariamente imprescindible ponerse morado de dichas sustancias para alterar esas proteínas del cerebro, encefalinas y endorfinas, que tanto placer proporcionan y el caso de esta señora lo atestigua

Es indudable que algunas personas, por el motivo que sea, son catapultadas a un estado, digamos, fuera de lo normal, sin que su voluntad haya jugado ningún papel en ello y está bien que sea así porque lo que viene a demostrar es que existe un terreno en donde la propia voluntad  y las buenas intenciones tienen que quedarse fuera porque más que ayudar suponen un estorbo.